“Observa mis jardines donde los jardineros
van en el alba a crear la primavera, no discuten sobre los pistilos ni las corolas: siembran las semillas”
(CIUDADELA. Antoine de Saint- Exupery)
EL ARTE DE SABER ESCUCHAR por Agustín PÉREZ CERRADA
El don de la palabra, vehículo de la comunicación, de las relaciones personales, tiene su correlato en la sabiduría de la escucha.
En toda comunicación se da uno que habla y otro que escucha. Por tanto, ambos serán responsables de la calidad de la comunicación, reflejada en la mutua y continua escucha. Y ello depende tanto de la educación que se ha recibido, como del empeño personal que ponga cada uno; esto es, de su disposición de ánimo. El oír lo presta la naturaleza, la escucha se cultiva.
Saber escuchar es un arte que no se logra sin esfuerzo. Oír el sonido de las palabras y escuchar el contenido de la palabra son dos actitudes totalmente distintas.
Oír es no prestar atención profunda, es simple captación de una sucesión de sonidos; una actitud con algún grado de pasividad. Escuchar es más que oír con paciencia a los demás, es interpretar y entender lo que alguien dice, es descubrir el sentido que las palabras encierran; es un comportamiento activo que supone acercamiento y acogimiento a la persona comunicante, y aún de interesarse en lo que de verdad importa al otro. Una actitud más que una técnica que pueda entrenarse; ya que escuchar requiere, además de un cierto silencio interior, aceptar a las personas tal como son. Claro está que dependiendo siempre de la intensidad y cualidad de la relación; del grado en que se compartan los mismos puntos de vista; o que, en ocasiones, convenga cortar la comunicación. No puede existir armonía donde impera la discrepancia.
Sabemos que no basta con hablar para ser entendidos, ya que es relevante lo que el otro escucha y comprende. El tono de voz, el vocabulario escogido, los gestos corporales de la comunicación no verbal que acompañan a las palabras –un asentimiento leve, una sonrisa, una mirada–, son elementos auxiliares para entendernos mejor y para percibir el grado de comprensión. Supuesto que la comunicación es una oportunidad de enriquecerse con las aportaciones de los demás, de equivocarnos menos o ganar amigos; ha de tenerse en cuenta que la escucha supone un modo de apertura al otro. Por ello, siempre cabe la posibilidad de que se despierte algún grado del “instinto de defensa” ante formas de invasión de la propia intimidad, ante ideas que se estiman como un ataque al personal sistema de valores, a las convicciones o a la manera de ver el mundo, que podría desembocar en “reacciones contra” que impidan escuchar con profundidad y aún lleven a algún grado de agresividad.
La experiencia muestra que el ámbito en que se produce la comunicación es multiforme; por tanto, variados serán los matices a descubrir en cada ocasión en que nos encontremos; ya sea entre los componentes de un equipo de trabajo jerarquizado, entre padres e hijos, entre amigos, o entre contrarios. Por ello, siendo la disposición a escuchar dinámica y creativa, un ejercicio interesante puede ser valorar la propia capacidad de escucha y si para nosotros es una cualidad importante. Pudiera ser que no seamos tan buenos escuchantes como podríamos llegar a serlo, y que necesitemos algún entrenamiento para adquirir mayor habilidad en el arte de saber escuchar.
Señalemos algunos malos hábitos a evitar: estar impaciente por tomar la palabra, interrumpir repetidamente la conversación, reaccionar impulsivamente ante cualquier discrepancia, mostrar con nuestro tono de voz, apatía o agresividad, confundir el “ruido de palabras” y la frivolidad con la verdad, brindar poca atención a nuestro interlocutor o hablar al mismo tiempo con más de una persona.
Sin duda, podremos escuchar mejor: sin interrumpir a la otra persona antes de que termine de hablar, haciendo preguntas pertinentes, dando respuestas visuales o verbales, aceptando al interlocutor, sin miedo a la verdad, evitando la locuacidad, teniendo buena actitud mental y ejercitando una escucha activa o controlando el impulso a desmentir o rebatir.
La calidad de la atención, tener la paciencia de escuchar sin interrumpir, con verdadero deseo de entender y comprender, proporciona estímulos para una comunicación más abierta, más serena, más sincera; donde cada parte exprese sus ideas con más libertad y confianza, donde pueda manifestarse la personalidad del interlocutor; donde la amistad encuentre un terreno abonado para arraigar.
En toda comunicación se da uno que habla y otro que escucha. Por tanto, ambos serán responsables de la calidad de la comunicación, reflejada en la mutua y continua escucha. Y ello depende tanto de la educación que se ha recibido, como del empeño personal que ponga cada uno; esto es, de su disposición de ánimo. El oír lo presta la naturaleza, la escucha se cultiva.
Saber escuchar es un arte que no se logra sin esfuerzo. Oír el sonido de las palabras y escuchar el contenido de la palabra son dos actitudes totalmente distintas.
Oír es no prestar atención profunda, es simple captación de una sucesión de sonidos; una actitud con algún grado de pasividad. Escuchar es más que oír con paciencia a los demás, es interpretar y entender lo que alguien dice, es descubrir el sentido que las palabras encierran; es un comportamiento activo que supone acercamiento y acogimiento a la persona comunicante, y aún de interesarse en lo que de verdad importa al otro. Una actitud más que una técnica que pueda entrenarse; ya que escuchar requiere, además de un cierto silencio interior, aceptar a las personas tal como son. Claro está que dependiendo siempre de la intensidad y cualidad de la relación; del grado en que se compartan los mismos puntos de vista; o que, en ocasiones, convenga cortar la comunicación. No puede existir armonía donde impera la discrepancia.
Sabemos que no basta con hablar para ser entendidos, ya que es relevante lo que el otro escucha y comprende. El tono de voz, el vocabulario escogido, los gestos corporales de la comunicación no verbal que acompañan a las palabras –un asentimiento leve, una sonrisa, una mirada–, son elementos auxiliares para entendernos mejor y para percibir el grado de comprensión. Supuesto que la comunicación es una oportunidad de enriquecerse con las aportaciones de los demás, de equivocarnos menos o ganar amigos; ha de tenerse en cuenta que la escucha supone un modo de apertura al otro. Por ello, siempre cabe la posibilidad de que se despierte algún grado del “instinto de defensa” ante formas de invasión de la propia intimidad, ante ideas que se estiman como un ataque al personal sistema de valores, a las convicciones o a la manera de ver el mundo, que podría desembocar en “reacciones contra” que impidan escuchar con profundidad y aún lleven a algún grado de agresividad.
La experiencia muestra que el ámbito en que se produce la comunicación es multiforme; por tanto, variados serán los matices a descubrir en cada ocasión en que nos encontremos; ya sea entre los componentes de un equipo de trabajo jerarquizado, entre padres e hijos, entre amigos, o entre contrarios. Por ello, siendo la disposición a escuchar dinámica y creativa, un ejercicio interesante puede ser valorar la propia capacidad de escucha y si para nosotros es una cualidad importante. Pudiera ser que no seamos tan buenos escuchantes como podríamos llegar a serlo, y que necesitemos algún entrenamiento para adquirir mayor habilidad en el arte de saber escuchar.
Señalemos algunos malos hábitos a evitar: estar impaciente por tomar la palabra, interrumpir repetidamente la conversación, reaccionar impulsivamente ante cualquier discrepancia, mostrar con nuestro tono de voz, apatía o agresividad, confundir el “ruido de palabras” y la frivolidad con la verdad, brindar poca atención a nuestro interlocutor o hablar al mismo tiempo con más de una persona.
Sin duda, podremos escuchar mejor: sin interrumpir a la otra persona antes de que termine de hablar, haciendo preguntas pertinentes, dando respuestas visuales o verbales, aceptando al interlocutor, sin miedo a la verdad, evitando la locuacidad, teniendo buena actitud mental y ejercitando una escucha activa o controlando el impulso a desmentir o rebatir.
La calidad de la atención, tener la paciencia de escuchar sin interrumpir, con verdadero deseo de entender y comprender, proporciona estímulos para una comunicación más abierta, más serena, más sincera; donde cada parte exprese sus ideas con más libertad y confianza, donde pueda manifestarse la personalidad del interlocutor; donde la amistad encuentre un terreno abonado para arraigar.
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