jueves, 13 de noviembre de 2008

Don Quijote en el cine por Fernando Gracia


DON QUIJOTE EN EL CINE
por Fernando Gracia Guía
Cinéfilo y conferenciante

Don Quijote cabalga de nuevo. No sólo es una metáfora, es también el título de una de las múltiples versiones que se han llevado a la pantalla de las andanzas del caballero de la triste figura.

Bien es cierto que si hubiera que destacar las más logradas, no sería esa precisamente una de las elegidas. La presencia de Cantinflas como Sancho no auguraba grandes expectativas de calidad, aunque el manito anduviera finalmente más comedido que de costumbre. Nada que objetar, no obstante, a la presencia del siempre magnífico Fernán Gómez, a quien le iba el papel como un guante. Si estaría a gusto en él que años más tarde sería la voz de D. Alonso en la popular serie de dibujos animados.

Se podría afirmar que el caballero manchego ha tenido bastante suerte en el cine, máxime si lo comparamos con otros personajes de nuestra literatura. Desde sus albores ya se produjeron películas inspiradas en sus aventuras. Si tiramos de archivos encontramos a un tal Ferdinand Zecca dirigiendo un Don Quichotte en 1902. Con el mismo título repetiría en 1909 Emile Cohl y en 1911 Camille de Morlhon. Todavía en el mudo Edward Dillon, Maurice Elvey y Lau Lauritzen repetirían en 1915, 1923 y 1926, respectivamente.

Pero no sería hasta 1933, ya en el sonoro, que Alonso Quijano tuviera un tratamiento cinematográfico de gran altura, que con el paso del tiempo ha quedado reconocido como curiosa experiencia, y alimento para cinéfilos. Me refiero a la versión de George Wilhelm Pabst, el realizador alemán. Aún recuerdo vagamente su visión en un cine-club, gracias a la gestión impagable del ahora amigo Alberto Sánchez, que tanto ha hecho por este movimiento en nuestra ciudad.
No cabe duda que la versión que más caló en el público de nuestro país fue la del prolífico Rafael Gil, allá por 1947. El excelente Rafael Rivelles acompañado por un Juan Calvo, para quien el papel de Sancho parecía haber sido escrito expresamente, alcanzó un éxito absoluto. Por razones de edad yo no pude verla hasta muchos años más adelante, en un pase televisivo, y espero recuperarla este año en alguna de nuestras cadenas.

Con mucho retraso llegó a nuestras pantallas la versión que el gran director ruso Grigori Kosintzev realizó a finales de los cincuenta. Recurrió para el papel central a una gloria nacional de la interpretación, el gran Nicolai Tcherkasov, relacionado en su carrera nada menos que con Eisenstein. Recuerdo su estreno allá por 1966 en el cine Goya, su buena acogida crítica y su escaso éxito en taquilla.
Hay una versión de los sesenta dirigida por un tal Carlo Rim de la que no tengo la más mínima referencia, hay incluso una película erótica utilizando el insigne personaje, Las eróticas aventuras de D. Quijote, de Raphael Nussbaum, muy conocido en su casa a la hora de cenar, y, por fin, hasta una versión musical.
Quién no recuerda ese tema de “Un sueño imposible” compuesto para el musical “El hombre de La Mancha”. En Broadway lo había estrenado José Ferrer, el inolvidable protagonista del Cyrano. Sin habernos llegado su montaje teatral, que tardaría aún muchos años, y que curiosamente ahora gira por España, se nos distribuyó la versión cinematográfica del anodino Arthur Hiller –ojo al transcribir, no se le confunda con el genial ex marido de Marylin-.

El reparto era todo glamour, algo que no gustó demasiado. Peter O’Toole daba bien en el papel, aunque Sofía Loren ya era otra cosa. Eso sí, estaba tan guapa que cómo no iba a enamorarse el triste caballero... Algunos toques folclóricos no fueron nada bien acogidos aquí y no funcionó ni bien ni mal en taquilla.

Desde entonces hasta nuestros días, solamente un proyecto ha salido adelante, aunque con ciertos problemas de producción, y es el que más fresco tenemos todos en la memoria; su versión televisiva, que también fue explotada en las pantallas de cine. Fernando Rey y Juan Luis Galiardo cumplieron sobradamente con la encomienda, aunque la realización de Manuel G. Aragón ya fue más discutida. También salieron airosos los dos Sanchos utilizados, el siempre eficaz Alfredo Landa y el a veces excesivo Carlos Iglesias.

Pero el caballero Don Quijote también ha hecho de las suyas “defendiéndose” de dos francotiradores del cine, que quisieron hacer alcanzar su genialidad –nunca discutida en el caso del primero- a sus andanzas. Me refiero a Orson Welles y Terry Gilliam.
Del rodaje de Welles se han contado infinidad de historias, y finalmente hasta hemos podido ver un montaje de lo conservado, firmado por Jesús Franco -¡quién lo diría!-. Hay quien lo califica de genialidad, impulsado por la firma de Orson, y hay quien se hace cruces sobre lo que hubiera sido el producto, caso de haberse llevado a cabo. Procuren ver el montaje, si no lo han hecho, y elucubren.
El fallido rodaje de “El hombre que mató a D. Quijote” de Gilliam sirvió al menos para que dos avispados colaboradores suyos hicieran un montaje sobre lo poco rodado y las desgracias padecidas, que nos estrenó el Festival de Jóvenes Realizadores y que hasta llegó luego a las pantallas comerciales. “Perdidos en La Mancha” se llamaba, expresivo título para contar todo el cúmulo de penas padecidas en un rodaje, donde Jean Rochefort iba a ser el protagonista.

Espero que sepamos siempre mantener en nuestra mente el espíritu de este personaje que tan bien nos representa, salido de la imaginación de un manco ilustre.

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