ZARAGOZA, 1808
A ti, mi Zaragoza de imposible recuerdo,
vuela mi sentimiento desafiando al tiempo.
Me aterran si contemplo tus heridas
entre legajos, grabados y lienzos;
aunque intentar plasmar, dejar constancia,
fuera eso, un intento.
Tu paz y tu bonanza despertaron
ante la clara imagen del infierno,
que anegara de negros nubarrones
tu transparente cielo.
Se liberó de cada pecho un grito,
un grito de silencio
que asombraría al mundo.
El valor y la entrega de tus gentes
coronando el espacio,
obviando al propio dolor,
nos donara el mayor de los legados
que ambicionara un pueblo.
(Agosto, 2008)
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