miércoles, 28 de enero de 2009

La Generación poética aragonesa del 65

por José Ángel Monteagudo (escritor)

“Otra generación poética florece a la vuelta del sol”. Con estas palabras definía Miguel Labordeta, hace ya 40 años, a un grupo de jóvenes poetas que irrumpían en el panorama de las letras con una voz nueva, contestataria y unas ganas tremendas de mostrar al mundo sus apasionados poemas. Por cierto, como una premonición, aquellas palabras de Miguel Labordeta estaban incluidas en un pequeño prólogo que llevaba por título “A manera de introducción, pero que no lo es”, que abriría las páginas de un libro dedicado a la Generación del 65 por encargo del Departamento de Actividades Culturales de la Asociación de Alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras. Un libro que debía ser el nº 9 de la Colección Poemas dirigida por el gran poeta Luciano Gracia, y que nunca vio la luz.

El libro existió, aunque no de forma física, pues la edición del mismo fue secuestrada por la brigada político-social de la época y años después, en las páginas de la mítica revista “Andalán”(nº 417-418), se dio la noticia de los avatares sufridos por la obra reproduciendo en la seccion “Galeradas” una pequeña parte de los poemas y poetas allí reseñados. Allí quedaba reflejada una parte del material pero no su espíritu, puesto que el planteamiento de la inclusión de autores en el “desaparecido” libro, nunca publicado, era el de mostrar la poesía que entonces escribían los alumnos matriculados en la Facultad, sin ningún otro requisito añadido (aunque por esta exigencia, un escritor importante como José Antonio Román no pudo formar parte de esa selección subvencionada por la Universidad, aunque sí participó activamente en la coordinación y posterior impresión del libro junto a Luciano Gracia).

Por esa razón aparecían hermanados autores con obras publicadas junto con otros recién llegados, “primando más el criterio de presencia que el de selección” tal y como reflejaron Juan Mª Marín y Fernando Villacampa (dos de los autores incluidos, coordinadores y responsables de la obra junto con Román Ledo) en un artículo explicativo en la misma revista Andalán, molestados y mosqueados por la publicación oportunista y discriminatoria de aquellas “Galeradas”. En esa nota explicativa Marín y Villacampa reseñaban cómo se obviaron u omitieron a seis de los quince poetas –nada más que el 40%, comentan socarrones en la misma- , y con más saña arremetían contra el proceso de la discriminatoria selección rompiendo así la coherencia y heterogeneidad que marcaba el libro (Nota explicativa en Andalán, nº421, 2ª quincena- febrero 1985).

Asimismo embestían contra unas fotos incluidas junto a los poemas cuyo nexo con los mismos era inexistente –por no decir injustificable-, y sobre todo por la publicación de la obra de los artistas sin consultar a los mismos. ¿Susceptibilidad o coherencia? ¿Recelo de lo escrito veinte años atrás (cuando, según las malas lenguas, los exabruptos del ardor juvenil podían molestar a sus autores ) o simple integridad? Me atrevería a decir coherencia e integridad junto a una actitud honesta frente a aquella situación.
No hay que olvidar el horizonte político de la historia, lo que lleva al trasfondo de este irracional secuestro cultural y a la actitud –y temática- de muchos de los poemas y de sus autores. Situarse en aquella época no es un ejercicio difícil. La mayoría de aquellos estudiantes o recién licenciados sindicaban en organizaciones clandestinas y prohibidas, eran activos componentes de las protestas y manifestaciones contra el régimen franquista, y muchos de ellos estaban señalados por el dedo acusador de los mandos represivos cuando no, fichados por la policía. En alguna celda se ha escrito poesía contra aquel sistema; el poema “Conguitos” de Fernando Villacampa (que redactó arrestado en los calabozos de la comisaría centro) es un exponente de aquellas tribulaciones.

Ecos de combatividad en aquellos versos y en la actitud de aquellos estudiantes que se organizaban en Asambleas (recordemos que aún no había llegado el Mayo del 68 francés y por tanto sus referencias) y asistían a cuantas manifestaciones, reuniones clandestinas y acontecimientos pro-libertad se sucedían. Conciencia social a golpe de estrofa, idearios ad libitum.

Siguiendo el particular periplo del libro diremos que, a pesar de la incautación de los ejemplares de este “Generación del 65”, fue presentado en sociedad en una de las salas de la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, contando con una hilarante puesta en escena rodeados de una amplia expectación y acompañados de numeroso público que irrumpía el acto con gritos “anónimos” contra la dictadura y a favor de la libertad.

Cabe decir que no todos los poemarios reflejados irradiaban esa luz combativa, aunque sí ejercía de influencia al inconformismo y la provocación de muchos de ellos. El humor socarrón (“Eh, oiga, señor, usted/ se ha enterado que han matado al presidente Kennedy/ mientras yo comía una sabrosa tarta de manzana en una/ casa de la calle de/ La Ripa?” Juan Mª Marín), el pesimismo (Pasan los chopos/ y el agua se los lleva/ -río de sombras hacia el mar/ de la noche-./ Sombra total.” Aurora Egido), el canto al amigo (“Amigo Leopoldo,/ tierra virgen/ y roca fuerte de mi tierra. Adolfo Burriel”) , la tristeza (“El hábito adquirido/ de oír tu voz constantemente/ cómo me duele hoy que es silencio/ y septiembre se va acercando al corazón” Mª Pilar Rey del Corral), la soledad (¿Puede el hombre llorar cuando en la noche se ha puesto a meditar sobre la vida y el pensamiento rueda sin camino?” Enrique Pellejer) o el recuerdo (Es malo/ rumiar siempre recuerdos./ Es malo/ no tener un cubo de basura/ donde echarlos”. Socorro Molina), invaden numerosos tropos de aquellos versos.

No quiero obviar a ninguno de aquellos –entonces- jóvenes poetas. Abrían fuego el reconocido Mariano Anós (Con un libro ya publicado entonces, de título “Poemas habitables” de la Colección Poemas, 1966), Adolfo Burriel (Con “...Y digo amor” y “Palabra hacia Dios” ya publicados), Aurora Egido, Jorge Juan Eiroa (que también había publicado “A viva voz”), Carmelo García Comeras, Carlos Lorenzo Elizalde. Continuaban Juan Mª Marín (Con tres poemarios publicados “La nueva busca”, “Reminiscencias” y “A la orilla del mar, sentado en un gran sillón rojo, estuve a punto de hundirme), Socorro Molina, Enrique Pellejer Calamar, Mª Pilar Pérez Calvé, Mª Pilar Rey del Corral (Con “Nostalgicario” y “Poemas metafísicos” ya publicados).

Otros dos importantes autores, tristemente desaparecidos, continuaban la exposición de vates. El recordado José Antonio Rey del Corral (con “Poemas de la incomunicación” publicado), que ya había ejercido la docencia como profesor de Lengua española en Glasgow (Escocia) y que en aquel tiempo daba clases de literatura en el Instituto “Caro y Cuervo” de Bogotá (Colombia), destilaba una atmósfera pesimista en sus poemas cargada a su vez de conciencia política;

“Cadáver,
tu tienes la palabra
de decirle al mundo
que cosa sea la muerte
y cómo se viaja en clase de difuntos
y si en vuestros trenes hay también diferencia de clases. [...]
Cadáver,
cuando llegues escríbenos diciendo
todo cuanto sepas”

Y el llorado y poliédrico Ignacio Prat, con –ya entonces- múltiples colaboraciones en revistas tales como Poemas, Rocamador, Poesía Española, Papeles de Son Armadans, Poetry, Cuadernos Hispanoamericanos o ETC. Autor de novela (Incesto GRRR Incesto, 1961) y de ensayo (Los Beatles y la teoría del degreso jazzistico de Theodor W. Adorno), amén de su rico apartado poético. El mismo Ignacio calificaría la obra como “Degeneración del 65” en un número de la revista “Poesía” y se podría calificar como el autor mas surrealista –y posiblemente innovador- de esta generación. Años más tarde en su obra “Contra ti” pone el calificativo de “rótulo afortunadísimo” a la Generación del 65 y en “La página negra” da una concisa explicación sobre el devenir del libro secuestrado, así como de sus citas, confirmando el título “degeneracional”:

“Saco esta expresión semiculta precisamente de un poema muy “generacional”; está en la página 69 de la antología de Fernando Villacampa y Juan María Marín, Degeneración del 65, libro muy poco citado y que, aparte de designar por primera vez con una fecha muy significativa la cristalización del nuevo nosotros[1], constituye el único precedente del florilegio de J. M. Castellet (1982, p.213).”

Como muestra, uno de sus poemas incluidos:

SONETO

Soy la marca supina
la máquina de Thermos
ampliandO la conscientE cabezuelA
de nalgas & sargazos
Inflo & Inflo & Se ocupa
de la cesión Y los bordes
de cultura, Manchas y Lodos
Aquí ha estado alguien
Dice, Son hijos tostados
hércules cariacontecidos
pero no distiendo Nada Y Yo
no sabría ver
Soy la charca puercupina
la máquina de Thermos.


El catedrático de lingüística de la Universidad de Zaragoza, Túa Blesa, hizo años más tarde un excelente ensayo sobre su poesía en “Scriptor Ludens”. Una obra sin desperdicio.

Cerraban el libro el polifacético Antonio Maenza y el incendiario Fernando Villacampa. Maenza, además de su faceta poética, desarrolló la cinematográfica como director -maldito e injustamente tratado- rodando algunas películas de carácter surrealista con nexos de vanguardia y alma revolucionaria, en la que los actores eran a menudo amigos y gentes de esta propia generación; Fernando Villacampa, Ignacio Prat, Aurora Egido, además de Miguel Labordeta o Eloy Fernández Clemente ejercieron de actores en sus películas (“Orfeo filmando en el campo de batalla”, “Hortensia/Béance” y “El lobby contra el cordero”, son sus tres producciones cinematográficas). Recientemente se le dedicó un estudio documental sobre su vida y obra, a cargo de Graciela Torres y Fernando Soler.

Fernando Villacampa era uno de los poetas más íntegros y combativos de la generación, lo que le hizo pasar por numerosas vicisitudes –algunas de ellas- no muy agradables. Al parecer fue su “Poema para coros” –que cerraba el libro- el detonante para el secuestro de la edición de las galeradas por parte de la brigada político-social en los mismos talleres de la imprenta, pues el susodicho poema no le hizo ninguna gracia al Gobernador Civil de la época. Fernando había colaborado en diversas publicaciones, formaba parte del equipo de redacción de la revista “Cuaderna Vía” y ya había sido galardonado con algún premio de poesía en ayuntamientos de la provincia de Zaragoza.
A pesar de ello consiguió publicar algunos de estos poemas –revisados- seis años más tarde en la colección de poesía “El Bardo” (Ediciones Saturno, Barcelona), bajo el título de “Juegos Reunidos”. Esta obra contaba con doble autoría; la del dominicano Pedro Vergés y la del propio Villacampa.

Todos siguieron caminos muy dispares, aunque relacionados de forma íntima y personal (y en gran medida profesional) con la cultura. Unos ya fallecidos como Rey del Corral -y en algunos casos tempranamente; Ignacio Prat, Antonio Maenza-, algunos “desaparecidos” de las letras, y otros respetables voces en el mundo cultural en sus diversas vertientes, pero todos voces inconformistas de su época y referentes importantes con el paso del tiempo.

Como anécdota diremos que sólo dos ejemplares del libro salieron clandestinamente de los talleres de Casta Álvarez; el primero llegó a manos del catedrático de Literatura, el profesor Ynduráin, el otro recaló en José Antonio Rey del Corral. Cuando releo –en unas fotocopias de las “verdaderas” galeradas propiedad de José Antonio Román- esa pequeña joya, casi incunable por su “no publicación, ni difusión” y rara por lo inédito de la misma, me embargan esas dosis de inconformismo y disfruto de una certera mezcla del humor socarrón, pesimismo y juvenil rebeldía que irradiaban aquellos poemas, testigos críticos de una época. Cuarenta años después se dignifican bajo otro prisma distinto, el de la mirada hacia atrás en vez de adelante.
Aún me conmuevo cuando leo el “Poema para coros” de Fernando Villacampa (Poema rebautizado “La Oca” en el libro “Juegos Reunidos, 1971, obra poética -antes citada- en la que Fernando compartía autoría con Pedro Vergés), postrero poema del libro secuestrado -y posible detonante del rapto-, y que transcribimos a continuación como referente de una obra que hubiese merecido la publicación y difusión pertinente allá por el 65:

No he de callar, por más que deis despacho
a mi despecho con castos taponcitos.
No crujiré, aunque castiguéis mi lengua
con arpones, con moscas, denostándome.
He aquí, pues, que aunque avestruzaraísme
la oreja y todos mis pupitres,
no he de callar el hígado, al contrario
cantaré, cantaré en infinitivo:

Triste, triste el que no siendo idiota no hace nada.
Pobre, pobre el que trabaja mucho y cobra poco.
Mierda, mierda el que no es pacifista y tiene hijos.

Triste, triste aquel que dice coño y luego llora.
Pobre, pobre el que cobra el salario mínimo y no escupe.
Mierda, mierda la que está como quiere y es lesbiana.

Triste, triste el que no es impotente y lo parece.
Pobre, pobre el que tiene pezuña y se está quieto.
Mierda, mierda el que es apolítico y no orina.

Triste, triste el que sale a la calle y se enfrenta con la vida y sus cositas diariamente
Pobre, pobre el que sufre muchísimo y no grita.
Mierda, mierda los que lamen el culo al empresario, al novio, al decano,
al arzobispo.

Triste, triste el que sueña con grifos por la noche.
Pobre, pobre el que quiere ir al water y no puede.
Mierda, mierda al que es latifundista y luego duerme.

Tristes, tristes los que se llaman Triste de apellido.
Pobres, pobres los que se llaman Pobres de apellido.
Mierda, mierda los que se llaman Mierda de apellido.

Triste, triste el que da mucha risa y no lo sabe.
Pobre, pobre quien se ríe del prójimo y es prójimo.
Mierda, mierda el que estudia latín y no hace huelga.

Triste, triste la que tiene novio y no va al cine.
Pobre, pobre el que es escarabajo pelotero.
Mierda, mierda el que es más que otro y no le da vergüenza.

Triste, triste aquel que busca a Dios y se tropieza.
Pobre, pobre aquel que se enamora y además tiene catarro.
Mierda, mierda el que es mamífero y habla de Aristóteles.

No callaría
no cesaría de tallar el grito,
pues aunque dispusieran hachas por la lengua,
aunque se organizara el silencio en cofradías,
aunque la erre se quedara en piedra,
no moriría el soplo que no muere,
no se hundiría el asco que no se hunde,
no cesaría el rayo que no cesa.

Porque la vida es triste, triste, triste.
Porque el hombre es pobre, pobre, pobre.
Porque este mundo es mierda, mierda, mierda.


* Publicado en la revista “Criaturas Saturnianas” de la Asociación Aragonesa de Escritores, Nº6, año 2007.

[1] Aclara la razón del “rótulo afortunadísimo” citado anteriormente, calificándolo como único precedente de Nueve novísimos.

* En la foto el escritor Ignacio Prat.

1 comentario:

regular guy dijo...

Carlos Lorenzo Lizalde está referido erróneamente como Elizalde. Corrijan la errata!