martes, 11 de noviembre de 2008

Luchino Visconti: un aristócrata de izquierdas


Luchino Visconti: un aristócrata de izquierdas

por Fernando Gracia Guía


Nos gusta detenernos en las efemérides que utilizan los múltiplos de cien, y raro es el año que no nos enfrentamos a alguna de ellas. Me gustaría detenerme un momento, el breve espacio de estas líneas, para recordar el relativo al nacimiento de Luchino Visconti, uno de los mejores directores que la pantalla haya dado, a criterio de quien suscribe.
Y no solamente lo ensalzo entre la nómina de excelentes directores italianos, sino que lo sitúo entre los mejores del mundo. Cuando me siento deprimido ante una mala racha de películas como espectador, me pongo el DVD en versión original de su Gatopardo, repaso alguna de sus secuencias clave y hago las paces con el cine.

Hijo de un duque que entre otras cosas era empresario teatral, conoció la escena desde su niñez, y no se sintió atraído hacia el cine hasta la treintena. Parece ser que su estancia en París y el cine de Renoir fueron decisivas para esta inclinación. Pero el regreso a su país le hizo chocar con la realidad circundante. Sus propuestas y las de algunos amigos, con los que colaboraba en la revista “Cinema”, como De Santis o Antonio Pietrangeli, le acabaron por ocasionar problemas con el régimen fascista, y le hicieron dar con sus huesos en la cárcel.

Su primer película, Ossessione , era una curiosa adaptación en clave luego calificada como precursora del neorrealismo, de El cartero siempre llama dos veces, y tuvo serios problemas con la censura. Así fue que hasta la caída del régimen y derrota de Italia en la guerra, no volvió a dirigir. Tenía 42 años cuando hizo La terra trema, de espíritu casi documental, en la que contaba la vida cotidiana de unos pescadores.
A partir de Senso, su carrera se disparó de forma imparable, y aunque no son muchos los títulos que la jalonan, su simple mención basta para comprender el alcance de su talento: Noches blancas, Rocco y sus hermanos, La caída de los dioses, Muerte en Venecia, Ludwig, Confidencias, El inocente, El extranjero, y cómo no, ese Gatopardo del que hablaba más arriba.

Su perfeccionismo era proverbial. Su gusto refinado, su sentido de la composición teatral era exquisito. Sus películas eran caras, quizás ahora hubiera encontrado serios problemas para imponer sus gustos. No siempre la taquilla se rindió a sus propuestas, pero el tiempo le acabó dando la razón.
Se cuenta que obligó a sus ayudantes a llenar los cajones de los armarios en un rodaje de interior, a pesar de que lógicamente no se vería su contenido. Ante la incomprensión de sus ayudantes les hizo ver que generaba un aroma diferente estando llenos de la ropa de hilo fino que correspondía a aquel ambiente que se quería mostrar.

Su perspicacia para “ver” a Burt Lancaster en el papel del viejo príncipe Salinas, en contra de todas las opiniones que le rodeaban: “A dónde va con ese saltimbanqui, con ese tipo de sonrisa dentífrica”, le venían a decir. En fin, ahí queda la presencia del antiguo trapecista, vaquero, galán, guapetón –Visconti entendía de hombres, eso es cosa sabida- y ahí queda esa obra monumental que nos recuerda que “hay que cambiarlo todo para que todo siga igual”.

En esta Asociación de Amigos del Libro está claro que nos gusta leer, que nos gusta la literatura. Repasemos los autores cuya obra vertió Visconti a la pantalla: Camus, Thomas Mann, Dostoievski, Lampedusa, entre otros. Sobran comentarios.
La edición en DVD de algunas de sus obras, ahora en versión completa, nos permite contemplar todo lo que rodó –que no es todo lo que vimos en su momento- para su Gatopardo o para su Ludwig. A veces resultó excesivo, como en este último caso. Pero créanme, merece la pena. Intenten hacerse con una copia y verán una suma de bellas artes reunidas. Claro, como que en el fondo no son sino óperas, el espectáculo total.

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