lunes, 13 de abril de 2009

Crítica de "Stasiland" por José Ángel Monteagudo


“STASILAND”

Autora: Anna Funder

Editorial: TEMPUS

Traducción: Julia Osuna Aguilar

Páginas: 313.


por José Ángel Monteagudo.



Para ser el primer libro de Anna Funder diríamos que ha logrado pasar con buena nota esa primera obra que siempre está en el punto de mira. “Stasiland” ejerce de libro de crónicas periodísticas, dejando de lado su marchamo de carácter puramente literario y adaptándolo a un género más directo y no por ello menos eficiente, que consigue una atención permanente en el lector y siempre con la mirada puesta en unos hechos mimetizados de realidad pura y dura. El trabajo de campo con entrevistas en directo a los personajes involucrados en esta trama policial certifican esta eficiencia narrativa.

“Stasiland” es un libro de alto componente emocional, que aborda de una manera clara (con esos testimonios de primera línea) la historia de la República Democrática Alemana, y principalmente de la Stasi, la policía secreta de la Alemania del Este. El detonante del libro es la presencia de su autora, Anna Funder, en una emisora televisiva alemana por motivos de trabajo años después de la unificación de las dos Alemanias. Algunos televidentes mandan cartas que recogen el alto precio que han pagado algunos ciudadanos hasta la ansiada reunificación; esta circunstancia unida a la pertinaz actitud de obviar un pasado difuso y la negativa de la propia cadena televisiva, ante una propuesta de la autora, de realizar un programa especial sobre el tema, llevan a Anna Funder a investigar en primera persona aquellas circunstancias.
La autora comienza un ciclo de entrevistas, que abarcan desde antiguos miembros de la Stasi hasta sus propias víctimas. Las historias, que nadan entre lo horrible y lo trágico pero todas con un magnetismo impactante, tejen un camino que completa una visión realmente definitoria sobre la opresión social de la época. No son para nada testimonios documentales frígidos, sino que destilan emociones. Anna Funder llega en la práctica a implicarse con los testimonios, a perder la objetividad convirtiéndose ciertos pasajes del libro (en la búsqueda de ciertas respuestas), casi en una obsesión. Quizá un ensayo a la manera clásica donde se explicarían –o aclararían– algunos porqués a los neófitos en el tema, sin implicaciones “sentimentalistas”, hubiese corregido ese partidismo emocional pero bien es cierto que se perdería parte de la esencia y la frescura que emana el texto. Realmente, cuando adelantamos los capítulos del libro, se agradece el punto de vista literario que le otorga la autora pues un estudio o ensayo nos llevaría a un farragoso encuentro de citas y datos que unidos a las desoladoras historias abrazarían un horizonte, aunque crítico y bien documentado , deprimente. Ese es un acierto manifiesto que la autora ha sabido captar desde la concepción del texto.


La visita de Anna a la sede de la Stasi, la visualización de los ficheros con detalles ridículos sobre los ciudadanos comunes y anónimos, las salas de interrogatorios, las “mujeres del puzzle” encargadas de recomponer los documentos destrozados en miles de pedazos que los miembros de la Stasi no pudieron quemar la víspera de la caída de la RDA… confirman las torturas, asesinatos, chantajes, espionajes, control total sobre el pueblo tanto en las cadenas de televisión como en los propios trabajos personales –si hacía falta- a interferir, e incluso destruir, cualquier actividad profesional de la persona elegida. Interesante, en esta temática, es el capítulo dedicado al músico Klaus. Su grupo, Klaus Renft Combo, se había convertido en la banda rock más cañera y famosa del panorama musical en la RDA. Debido a su actitud rebelde (afín a todo buen rockero) y a las punzantes letras contra aquel sistema, les comunican un día directamente; “Estamos aquí hoy para informarles de que han dejado de existir”.Uno de los componentes del grupo replicó: “¿Significa eso que estamos vetados?”. La respuesta certera y contundente: “No hemos dicho que están vetados. Hemos dicho que no existen”, “Como grupo ya no existís”. Así de fácil. El Estado hizo circular el rumor de que el grupo se había separado y estaban pasando dificultades. Realmente una situación desalentadora.


Alemania del Este era un país totalmente vigilado, se estima que uno de cada 6,5 habitantes era informante (policía o confidente), provocando estados alterados psicológicos al no poder confiar en nadie rayando los límites de la paranoia y lo que es mucho más peligroso, la autocensura.Así lo explica la historia de Miriam, encarcelada adolescente acusada de colgar carteles propagandísticos, madres a las que separaron de sus hijos y conviven con antiguos miembros de la Stasi, hasta un antiguo miembro de la Stasi, Hagen Koch, convierte su piso en un museo del antiguo régimen político pero cuenta sus desavenencias con sus superiores cuando empiezan a espiar e indagar sobre su matrimonio. Tramas de espías espiados, un mundo social en el que cualquiera podía ser víctima y todo aderezado con grandes dosis de miedo e incomprensión.
Quizá el mayor mérito de Anna Funder es contar una de las historias oscuras de un régimen político poco conocido, o al menos poco indagado o estudiado. Y de paso hacer un merecido homenaje a las víctimas que sufrieron las consecuencias de esta sinrazón. Este libro ha servido como amplificador de unas historias silenciadas y ocultas, historias que después de muchos años han vertebrado este “Stasiland” de manera enriquecedora para el lector, con una fuerte carga emotiva y con la impresión de haber conseguido su objetivo preferente: conocer la temible influencia de la Stasi en una sociedad marcada por su acción.


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