“En defensa del libreto: Memoria surreal de un artista del escritor: José Ignacio de Torres-Solanot de Herrera”
Si sois un espíritu fatigado en ansia de reposo, no leais los relatos de José Ignacio Torres-Solanot; su tumulto extraño exasperará vuestras neurosis; en aquel torrente negro como la noche, las estrellas no brillan fraternales, sino como rostros de Menades, vistos en el Antro profundo.
José Ignacio Torres-Solanot, como todos los escritores profundos, es un gran incitador; su mérito mayor aun siéndolo enorme, no está en lo que os dice, sino en lo que os sugiere.
Surrealista nato, y de alta escuela, él os entrega a lo Ignoto, abre con mano violenta las puertas del Misterio, y os hace entrar en él; vuestros ojos ávidos, buscan; y, seguís el alma, se os escapa; como una sombra, borrada en la vetusta palidez de un muro, ella también es un Símbolo.
Y, vuestro Sueño, comienza donde el Sueño del Autor acaba; el último, y más alto esfuerzo del Arte, es este sugerimiento de la Belleza Interior, este Don de poner alas en los espíritus, esta facultad, de abrir en lo desconocido: horizontes incitativos al vuelo.
La complicación ilimitada de la óptica espiritual es privilegio exclusivo de aquellos seres raros y fugitivos, que tie nen en su mano, la antorcha del Artista, esa antorcha inseparable, que termina por arder y calcinar, la misma mano que la levanta en la noche. Esa facultad de hacernos sentir lo que no nos han dicho, y no nos dirán jamás, y, hacernos prosternar, ante el Verbo Virgen, que yace en el labio mudo, es la más alta y la característica aptitud de los escritores profundos, de aquellos cuyo pensamiento vive en la nube vertiginosa del Símbolo, cercano a la tormentosa obscuridad del Misterio. Y, José Ignacio Torres-Solanot de Herrera, posee esa aptitud en enormidad.
El pavor que se siente, mirando ese río de tinieblas que es la prosa Hebraica, os asalta, leyendo la prosa de Torres-Solanot, llena de un espiritualismo vehemente; de un ocre deseo de Infinito, es como un Isaías, sin cóleras, coronado de rosas de Israel. Los nardos de sus prosas os embriagan, os sumen ensoñaciones y añoranzas.
La emoción personal, intensa y dolorosa, se oculta bajo la frase altanera, como el rostro de un hidalgo, bajo el embozo de la capa; pero los ojos, los terribles ojos, obsesionantes del espíritu quedan allí, brillando como soles.
Por Eusabio
Si sois un espíritu fatigado en ansia de reposo, no leais los relatos de José Ignacio Torres-Solanot; su tumulto extraño exasperará vuestras neurosis; en aquel torrente negro como la noche, las estrellas no brillan fraternales, sino como rostros de Menades, vistos en el Antro profundo.
José Ignacio Torres-Solanot, como todos los escritores profundos, es un gran incitador; su mérito mayor aun siéndolo enorme, no está en lo que os dice, sino en lo que os sugiere.
Surrealista nato, y de alta escuela, él os entrega a lo Ignoto, abre con mano violenta las puertas del Misterio, y os hace entrar en él; vuestros ojos ávidos, buscan; y, seguís el alma, se os escapa; como una sombra, borrada en la vetusta palidez de un muro, ella también es un Símbolo.
Y, vuestro Sueño, comienza donde el Sueño del Autor acaba; el último, y más alto esfuerzo del Arte, es este sugerimiento de la Belleza Interior, este Don de poner alas en los espíritus, esta facultad, de abrir en lo desconocido: horizontes incitativos al vuelo.
La complicación ilimitada de la óptica espiritual es privilegio exclusivo de aquellos seres raros y fugitivos, que tie nen en su mano, la antorcha del Artista, esa antorcha inseparable, que termina por arder y calcinar, la misma mano que la levanta en la noche. Esa facultad de hacernos sentir lo que no nos han dicho, y no nos dirán jamás, y, hacernos prosternar, ante el Verbo Virgen, que yace en el labio mudo, es la más alta y la característica aptitud de los escritores profundos, de aquellos cuyo pensamiento vive en la nube vertiginosa del Símbolo, cercano a la tormentosa obscuridad del Misterio. Y, José Ignacio Torres-Solanot de Herrera, posee esa aptitud en enormidad.
El pavor que se siente, mirando ese río de tinieblas que es la prosa Hebraica, os asalta, leyendo la prosa de Torres-Solanot, llena de un espiritualismo vehemente; de un ocre deseo de Infinito, es como un Isaías, sin cóleras, coronado de rosas de Israel. Los nardos de sus prosas os embriagan, os sumen ensoñaciones y añoranzas.
La emoción personal, intensa y dolorosa, se oculta bajo la frase altanera, como el rostro de un hidalgo, bajo el embozo de la capa; pero los ojos, los terribles ojos, obsesionantes del espíritu quedan allí, brillando como soles.
Por Eusabio
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