- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Vengo a pedirle que me conceda una entrevista, si le parece bien.
- Encantada y agradecida, es la primera vez que me lo piden, pero le advierto que no puedo abrir los ojos delante de los humanos, sólo en soledad. Las estatuas también tenemos leyes y reglamentos.
- Descuide. ¿Desde cuándo ocupa este espacio?
- Desde 1989. Antes estaba ahí cerca, al principio del Paseo de la Constitución, pero me cambiaron por el monumento a la misma. Yo nací en 1963, de las manos del escultor Enrique Galcerá, por lo que siempre le he considerado mi padre.
- ¿Se encuentra bien en este sitio?
- No. Pero no tengo más remedio que aguantar. Me molesta mucho el ruido del tráfico. Y en invierno, esta esquina entre Sagasta y Gran Vía es terrible por el viento frío que sopla. Me gustaría estar en un sitio más tranquilo, rodeada de césped y flores... A ver si a algún Alcalde se le ocurre trasladarme.
- ¿Recuerda alguna anécdota que pueda contarme?
- ¡Huy! Montones, pero sólo le contaré tres de muy diferente contenido. La primera, muy desagradable. Me rodeó un grupo de gamberros que, tras “obsequiarme” con un montón de obscenidades, me pintarrajearon la cara y las piernas con una pintura horrible, que a los cuidadores de estatuas les costó mucho limpiar. La segunda fue más bien graciosa. En una Nochevieja, unos cuantos jóvenes algo achispados me ofrecieron una serenata con canciones de la Tuna. Cuando se fueron y abrí los ojos, descubrí que me habían tapado con una bonita manta de viaje, muchas serpentinas de colores y, como remate, un montoncito de churros. Y la tercera, la más bonita de todas, que nunca olvidaré. Yo sentía que cerca de mí había un grupo de gente esperando el cambio de semáforo para cruzar, cuando noté que alguien me besaba muy despacito en la cara. Entreabrí los ojos y ví a una niña guapísima. ¿Qué le impulsaría a besar una estatua? ¿Quizá le recordaba a su madre?... Nunca lo olvidaré.
- Veo que, aunque de piedra, tiene Vd. sentimientos. Y físicamente, ¿pasa Vd. frío? Porque a la intemperie y por la noche...
- Pues aunque nadie lo crea, mi carne de piedra absorbe todo el calor del sol durante el día y eso me mantiene bien por la noche. Lo malo son los días de lluvia...
- Me encanta hablar con Vd. pero dispongo de poco tiempo. ¿Puedo volver más veces?
- Puede, y se lo agradeceré. Me siento muy sola...
- De acuerdo, gracias y buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Vengo a pedirle que me conceda una entrevista, si le parece bien.
- Encantada y agradecida, es la primera vez que me lo piden, pero le advierto que no puedo abrir los ojos delante de los humanos, sólo en soledad. Las estatuas también tenemos leyes y reglamentos.
- Descuide. ¿Desde cuándo ocupa este espacio?
- Desde 1989. Antes estaba ahí cerca, al principio del Paseo de la Constitución, pero me cambiaron por el monumento a la misma. Yo nací en 1963, de las manos del escultor Enrique Galcerá, por lo que siempre le he considerado mi padre.
- ¿Se encuentra bien en este sitio?
- No. Pero no tengo más remedio que aguantar. Me molesta mucho el ruido del tráfico. Y en invierno, esta esquina entre Sagasta y Gran Vía es terrible por el viento frío que sopla. Me gustaría estar en un sitio más tranquilo, rodeada de césped y flores... A ver si a algún Alcalde se le ocurre trasladarme.
- ¿Recuerda alguna anécdota que pueda contarme?
- ¡Huy! Montones, pero sólo le contaré tres de muy diferente contenido. La primera, muy desagradable. Me rodeó un grupo de gamberros que, tras “obsequiarme” con un montón de obscenidades, me pintarrajearon la cara y las piernas con una pintura horrible, que a los cuidadores de estatuas les costó mucho limpiar. La segunda fue más bien graciosa. En una Nochevieja, unos cuantos jóvenes algo achispados me ofrecieron una serenata con canciones de la Tuna. Cuando se fueron y abrí los ojos, descubrí que me habían tapado con una bonita manta de viaje, muchas serpentinas de colores y, como remate, un montoncito de churros. Y la tercera, la más bonita de todas, que nunca olvidaré. Yo sentía que cerca de mí había un grupo de gente esperando el cambio de semáforo para cruzar, cuando noté que alguien me besaba muy despacito en la cara. Entreabrí los ojos y ví a una niña guapísima. ¿Qué le impulsaría a besar una estatua? ¿Quizá le recordaba a su madre?... Nunca lo olvidaré.
- Veo que, aunque de piedra, tiene Vd. sentimientos. Y físicamente, ¿pasa Vd. frío? Porque a la intemperie y por la noche...
- Pues aunque nadie lo crea, mi carne de piedra absorbe todo el calor del sol durante el día y eso me mantiene bien por la noche. Lo malo son los días de lluvia...
- Me encanta hablar con Vd. pero dispongo de poco tiempo. ¿Puedo volver más veces?
- Puede, y se lo agradeceré. Me siento muy sola...
- De acuerdo, gracias y buenas tardes.
- Buenas tardes.
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