Reconozco que cuando supe que “Oruña” era un novela “de romanos”, arqueología y siglos antes de Cristo, me dio pereza. Nunca me han gustado las películas péplum ni me han interesado los restos arqueológicos. Soy un niño de ciudad que se crió con las series americanas de televisión de finales de los setenta y mi interés por la antigüedad no llegaba más allá de las almenas del castillo de Loarre.
En esos yacimientos que pertenecieron a pueblos y civilizaciones desaparecidas hace miles de años yo sólo veía tapias y teatros ruinosos, piedras por el suelo y columnas que sujetaban aire. Prefería los cromos de la liga de fútbol y Los Ángeles de Charly.
Pero cuando, en el primer párrafo, la novela me situó ante un amplio ventanal desde el que se divisaba una impresionante panorámica del legendario Moncayo, cambié de opinión. Esa montaña y su viento, frío y seco, sí que lo conozco.Y con ese cebo mordí el anzuelo.
Luego, la habilidad de José Ángel Monteagudo para meterme en la historia hizo el resto. Primero me hizo sentir la curiosidad desde la ventana, materializando el pasado en un lugar visible y reconocible en el presente, lo invisible escondido entre las laderas de lo conocido, al alcance de la vista desde la terraza de casa, un misterio escondido en un lugar al que se puede llegar andando. Después me lo presentó desde los ojos de una niña, volviendo mi mirada inocente, haciéndome recuperar aquella forma de ver las cosas, aquella edad cuando la imaginación era capaz de transformar nuestra bicicleta en el caballo de un caballero medieval y a una cañapita en una poderosa lanza. “Oruña” pasó de ser una historia que hablaba de ruinas y piedras, pueblos desaparecidos y nombres extraños a convertirse en una historia de batallas y tesoros ocultos. Aventuras, batallas, héroes, guerreros y tesoros. Una oferta imposible de rechazar.
Y mi imaginación de niño pasó del recuerdo de los romanos de Semana Santa y los dibujos de “Asterix en Hispania” a “Espartaco” y el desafío de los esclavos a Roma, para acabar en la batalla inicial de “Gladiator” y el grito de Libertad de Mel Gibson en“Braveheart”.
Y así, mezclando fantasía y realidad, pasado y presente, José Ángel Monteagudo me contó la aventura de un poblado celtíbero que es parte de la historia viva de la pequeña villa de Vera de Moncayo.
José Ángel Monteagudo cuenta la historia como un profesor que se enfrenta a una clase de adolescentes apáticos. Hábil y apasionado, mezclando arqueología y epopeya, conquista su interés partiendo de una leyenda oral que habla de un fabuloso tesoro enterrado en el monte dentro de una piel de toro que jamás se ha encontrado. Y de la mano de personajes contemporáneos con los que nos podemos identificar nos llevará caminando con el recuerdo de Bécquer hasta las ruinas de la antigüedad. Y desde allí, sentado en una tapia de piedra ruinosa, levantará con sus palabras los muros y fosos de “Oruña”, y nos contará la historia de un pueblo y un guerrero celtíbero, nos hablará de impuestos, esclavitud y propiedades requisadas, minas y posesión, orgullo y tierra, rebelión y guerra a muerte. Victorias, traiciones, destrucción y derrota.
Y conseguirá los dos propósitos con los que escribió el libro: alentar a la imaginación y alimentar nuestro conocimiento.
Oruña sigue allí, a los pies de Moncayo.
En esos yacimientos que pertenecieron a pueblos y civilizaciones desaparecidas hace miles de años yo sólo veía tapias y teatros ruinosos, piedras por el suelo y columnas que sujetaban aire. Prefería los cromos de la liga de fútbol y Los Ángeles de Charly.
Pero cuando, en el primer párrafo, la novela me situó ante un amplio ventanal desde el que se divisaba una impresionante panorámica del legendario Moncayo, cambié de opinión. Esa montaña y su viento, frío y seco, sí que lo conozco.Y con ese cebo mordí el anzuelo.
Luego, la habilidad de José Ángel Monteagudo para meterme en la historia hizo el resto. Primero me hizo sentir la curiosidad desde la ventana, materializando el pasado en un lugar visible y reconocible en el presente, lo invisible escondido entre las laderas de lo conocido, al alcance de la vista desde la terraza de casa, un misterio escondido en un lugar al que se puede llegar andando. Después me lo presentó desde los ojos de una niña, volviendo mi mirada inocente, haciéndome recuperar aquella forma de ver las cosas, aquella edad cuando la imaginación era capaz de transformar nuestra bicicleta en el caballo de un caballero medieval y a una cañapita en una poderosa lanza. “Oruña” pasó de ser una historia que hablaba de ruinas y piedras, pueblos desaparecidos y nombres extraños a convertirse en una historia de batallas y tesoros ocultos. Aventuras, batallas, héroes, guerreros y tesoros. Una oferta imposible de rechazar.
Y mi imaginación de niño pasó del recuerdo de los romanos de Semana Santa y los dibujos de “Asterix en Hispania” a “Espartaco” y el desafío de los esclavos a Roma, para acabar en la batalla inicial de “Gladiator” y el grito de Libertad de Mel Gibson en“Braveheart”.
Y así, mezclando fantasía y realidad, pasado y presente, José Ángel Monteagudo me contó la aventura de un poblado celtíbero que es parte de la historia viva de la pequeña villa de Vera de Moncayo.
José Ángel Monteagudo cuenta la historia como un profesor que se enfrenta a una clase de adolescentes apáticos. Hábil y apasionado, mezclando arqueología y epopeya, conquista su interés partiendo de una leyenda oral que habla de un fabuloso tesoro enterrado en el monte dentro de una piel de toro que jamás se ha encontrado. Y de la mano de personajes contemporáneos con los que nos podemos identificar nos llevará caminando con el recuerdo de Bécquer hasta las ruinas de la antigüedad. Y desde allí, sentado en una tapia de piedra ruinosa, levantará con sus palabras los muros y fosos de “Oruña”, y nos contará la historia de un pueblo y un guerrero celtíbero, nos hablará de impuestos, esclavitud y propiedades requisadas, minas y posesión, orgullo y tierra, rebelión y guerra a muerte. Victorias, traiciones, destrucción y derrota.
Y conseguirá los dos propósitos con los que escribió el libro: alentar a la imaginación y alimentar nuestro conocimiento.
Oruña sigue allí, a los pies de Moncayo.
José Ángel Monteagudo. “Oruña”. Libros Certeza. Zaragoza, 2008.
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