miércoles, 6 de mayo de 2009

Introducción a la alquimia literaria y sentimental de José Ignacio Torres-Solanot

Obra: "Si el amor fuera esto"
INTRODUCCIÓN A LA ALQUIMIA LITERARIA Y SENTIMENTAL DE JOSÉ IGNACIO

por D. Luis Fernando Torres Vicente (Profesor de Filosofía)


La simple presencia de lo humano y la suave sencillez de sus gestos son motivo para empujar el carrusel multicolorista de las alabanzas, de la admiración y del sentimiento libre y generoso que es fecundado por la presencia de la vida sencilla y pacífica. La escritura de José Ignacio no busca experiencias extraordinarias como sí sucedió en escritores europeos tales como A. Koestler, A. Huxley o E. Jünger que incluso no hicieron asco a los alucinógenos para arrebatarle al desfile trágico del hombre sobre este valle de lágrimas algún destello de explosión conmovedora que generase admiración, terror o conmoción. La pluma de José Ignacio encuentra en la sencillez dulce y no simplona de sus personajes reales un caudal inédito de emociones apegadas a la tierra y enseñoreadas por el espíritu. El don del Espíritu hermana a los hombres y la ofrenda del arte funde amistades que escancian el mejor néctar del alma, el ingenio , el genio creativo; el humor destructor del odio serio y amenazante son junto con la solidaridad los vuelos nupciales de nuestra cantarina alma. Salimos al encuentro de la mejor idea, somos seducidos por la palabra cautivadora, que permanecía oculta para ser más deseada, ancestral tesoro sumergido por los siglos y de su mano nuestras pisadas se hacen iniciático camino paladeando un sabor nuevo en nuestra vida. Una sociedad “inculta” como la nuestra que no lee Rainer María Rilke ni a San Agustín únicamente puede mirar con condescendencia burlona a nuestro escritor pero será refractaria a su empresa, a la esencia que le da carácter, estilo y sentido perdiendo la musicalidad íntima de su obra que es el aliento del amor que nos hace mejores, que nos hace humanos sin soberbia sin pusilanimidad. Que nuestro autor pudiese simultanear con el mismo gusto y satisfacción la lectura de “Camino” de José María Escribá junto con “Las Ninfas” de Francisco Umbral , nos habla de la juguetona flexibilidad del fértil mundo interior de su sensibilidad y de sus ideas juguetonas y cordiales. La irónica burla de la artesanía literaria que todo lo corroe, propia de Umbral, podía acompasar la exigente y purgante ascética de la moral del apóstol baturro de Barbastro que despreciaba el pecado para apreciar más al hombre sin misticismos huidizos que se olvidasen del trabajo cotidiano.


Las palabras nos pueden ofrecer un mosaico de sensaciones que José Ignacio pone al servicio del hombre son un medio de alabanza, de admiración y reconocimiento de lo peculiar, agradable, digno y valioso de cada hombre. La literatura se convierte en un instrumento de conocimiento y de amor, la palabra ilumina la vida y nos permite salir de la oscuridad para anidar en la luz multiforme gracias a la cual nuestro corazón sintoniza con aspectos inéditos de la vida y todo lo mejor de los demás podrá pasar a formar parte de nuestra intimidad. De la misma forma que el deseo puede llegar a ser constructivo a crear ilusión, nostalgia y vida, la literatura adorna las pasiones, las ideas y los sentimientos humanos haciéndolos más auténticos y enraizándolos en nuestra interioridad y convirtiéndolos en empresas de genuina vivencia colectiva. Gracias a la palabra puedo rozar humildemente la verdad e invitar a los otros a que me descubran facetas desconocidas de la misma, pálpitos débiles de los pliegues de la realidad compartida tal como la muerte es un refugio de la nostalgia de la vida. ; por todo ello la obra literaria de José Ignacio nos inquieta en la crítica, la réplica o la identificación , a pesar de su forma sencilla su requiebro literario se puede convertir en la campana que repica y asusta y ahuyenta a los pájaros que revolotean presurosos sin saber muy bien a donde van ni quien los inquieta. El deseo es para el amante ya que no hay ansia y latido del corazón que no impulsen mejor o peor la sangre vivificadora, el deseo se alimenta de la hazaña cotidiana que se engendra en su propio seno la posibilidad de sintonizar de la forma más íntima y sincera con la realidad a medio descubrir que nos ilusiona o perturba. José Ignacio desea porque el deseo nos constituye a todos como personas abiertas a los demás ya que lo mejor no está en nosotros sino en lo que llega desde fuera a colmarnos en nuestra propia entraña, de esta forma todas las experiencias personales, familiares, amistosas, culturales, festivas, intelectuales religiosas, artísticas…, nos modelan como seres humanos necesitados del fuego de la vida social para cristalizar momentáneamente en una forma siempre anhelante de nuevas travesías, de sorprendentes visiones, de lacerantes laberintos, de abismos de fuego, frío, luz y tinieblas. La locura, la enfermedad o la maldad no son anécdotas sinsentido son oportunidades nada despreciables para ser más decididamente humanos para tantear el relieve eternamente patológico o saludable de la condición humana en sociedad sobre la tierra que es inhóspita morada del hombre que sufre y piensa. Nada deja de interesarle a nuestro escritor porque nada de lo humano le parece obvio ni baladí, nada es despreciable excepto la criminalidad misma, llegando a acercarse a aquella tesis de Miguel de Unamuno que venia a considerar a cada hombre individual tan importante como la global humanidad misma. Se manifiesta el Dios alejado y escondido en la aflicción superada, en la lucha contra la enfermedad, en la entereza en la adversidad, en los ojos del niño sufriente, la experiencia vital se purifica a través de su reflejo en la literatura y alcaza plenitud en el poder omnisciente de la Divinidad. Lo inalcanzable alimenta la llama de la esperanza del hombre, tensa el arco de sus más nobles ideales que a la vez son realistas y solidarios, el hombre escultor de sí mismo gracias a la literatura que se alimenta de la vida, de los sentimientos y de la cultura no dejando atrás vacía la mano necesitada del hermano. La lluvia cadenciosa con su música admirable, con la misma interpretación en un mismo escenario donde el hombre no estaba presente, el violín que rompe el silencio y taladra la nada, los humildes animales e insectos son manifestaciones de un tiempo diminuto a la vez que inmenso que supera el tiempo humano, aunque no haya engendrado una luz plena, pero que herido por la nostalgia busca la perfección imposible de un aliento momentáneo…, huella de la vida tan imprecisa que , según José Ignacio, hay que respetar con primor y devoción. Como la madre transforma “el mal en alegría y bien”, la literatura puede derribar murallas insanas y dejar que la luz nos cauterice las peores heridas. Lo entrañable nos transforma por medio de la literatura, más elevada será ésta cuanto menos épica y pretenciosa sea y cuanto más se bañe en el sol de la sencillez y la inocencia como un niño que parlotea a las burbujas de jabón que lo limpian y que risueño y contento las deshace entre sus manos con una palmada; potestad mayor que la de un emperador. “Defender la Hermosura” es la función del amor, la infinita paternidad del hombre como impulso que mantiene la vida y arremete contra las sinuosas e inestables fronteras de la ciénaga de la muerte. La poesía de José Ignacio esconde gemas enterradas en las profundidades que tardaron miles de milenios en cristalizar y que en hábil pluma resplandecen como un imprevisto, ciego, cegador y saqueador relámpago que sorprende y alienta la vista .


La empatía con el mundo animal, vegetal, artístico, cultural, humano, familiar, existencial, amistosos es el “fruto de la vida”, saber, conocer, asumir, interpretar, comprender,…. conjeturar son obra del amor que no marchita a pesar de los escombros que las miserias propias y ajenas siembran a lo largo de todos los caminos cortos y rectos tanto como de los largos y tortuosos, la literatura es la mejor compañía para la peor travesía en el largo ascenso al Monte Carmelo de la purificación amando todo hasta la “nube del no saber”como afirmó la escuela mística inglesa del s. XIV, esa nube que delata la inmensidad inabarcable del conocimiento, en alguna medida, todo lo envuelve, también lo rutilante y atractivo. ¿Cómo puede ser el hombre más libre ¡ gracias a que construye mundos literarios que no dislocan la realidad, ni la niegan, ni la transmutan, ni la hacen palidecer , ni la despotencian, ni la idealizan, ni la deforman; simplemente la asumen para descubrir en ella los gérmenes de aspectos novedosos que gracias a las “ideas luminosas” se pueden manifestar en sus más oscuras entrañas. De esta forma el velo de la vida que todo encadena y que sumerge la dicha en la indecencia de la angustia y de la tristeza se agrieta y derrumba por la Fe en el Cristo, por luz que acuna la vida y desplaza el odio improductivo, luz de conocimiento y de sentimiento. En el gesto interno de los animales, como se expresa en su poema “Canto a la paloma”, apreciando su vida donada, el velo opaco se deshace enriqueciéndonos por ese acercamiento a la primicia del eco inextinguible, al romper las limitaciones que nuestro antropocentrismo y egoísmo nos han impuesto. No poder amar nos impide vivir en plenitud, la gesta de la vida es el poder del amor, una vida bien vivida implica acercarse al amor, descubrirlo, valorarlo, admirarlo, amarlo, para depurar el conocimiento, ahondar en él para ser más coherentes con el impulso secreto que engendra y mantiene la dignidad de la vida fecundada por el intelecto que traspasa el corazón como el viento que se humedece en sangre al pasar por el corazón. No hay fiereza más transformadora que la de la bondad, diferencia la sencillez frente a la estulticia, lo presuntuoso que se consume en la triste lluvia de pavesas que certifica el frío de la hoguera y en el resto informe de la escoria que no pudo mantener el fuego brutal, primigenio y devorador de ninguna civilización que es como afirmó A. Toynbee en sus “Estudios de la Historia” inexorablemente castigada por sus excesos , la bondad usa el fuego y el frío favoreciendo la vida encontrando más luz fuera de sí misma para ser más fiel al amor que todo lo fertiliza, desde la contemplación del ser en el amor de la palabra,…., que nos libera del presente sin esclavizarnos al pasado sin zambullirnos peligrosamente en el futuro ya que no hay novedad eternamente presente más allá de la luz hecha amor, de la palabra nutricia de la cultura al servicio de la vida,…,.


En palabras de nuestro escritor vencemos el dolor porque buscamos la verdad; luz nuestra porque anhelamos el amor. En su poema “Aunque yo no hubiera nacido” el amor se transmuta en la emoción literaria,… que religa la vida con la savia perenne que le da mayor valor y sentido, la naturaleza mejora gracias a la creatividad de la cultura, palabra y poesía son el amanecer y culminación del espíritu, una palabra es un tesoro y un poema es un drama salutífero . “La Ciencia de la Ciencia” es el amor que purifica, dignifica, fortalece y nos enlaza desde nuestro humilde microcosmos a veces fantasmagórico y caótico con el macrocosmos fundamentado en la Ley Natural a veces oculta, de la Armonía que a todo da sentido y finalidad justa, de una forma similar a la cosmología sagrada y simbólica que Dante expresara en su Divina Comedia y que estudió nuestro sabio aragonés Miguel Asín y Palacios.
*El dibujo es un autoretrato, en caricatura, del propio autor.

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