Autora: Nerea Riesco (http://www.nereariesco.com/)
Editorial: Grijalbo
Colección: Novela histórica
Año: 2007, 442 Páginas.
por José Antonio Prades
Me sedujo la portada: colores ocres para una joven desnuda de espaldas y a su lado estanterías con libros encuadernados en cuero, muy antiguos… y en letra blanca, casi de tarjeta de visita, una leyenda: Siglo XVII, norte de España: un inquisidor, una bruja… y algunos hechizos. El aperitivo se completa con la reseña de contraportada, que hace pensar, después de ver a la mujer desnuda, en una posible aventura del inquisidor con ella… Figuraciones atractivas, que animan a iniciar la lectura.
Así me introduje en el auto de fe del 7 de noviembre de 1610, en la Plaza de Santiago, en Logroño, hecho histórico, narrado a modo de prólogo y que da pie a la historia protagonizada por Alonso de Salazar y Frías, un inquisidor de grado medio que quiere aumentar su fama de justo y ecuánime valorando la certeza de unas acusaciones de brujería con la compañía de dos jóvenes frailes: Íñigo de Maestu y Domingo de Sardo. Alonso duda de la existencia del diablo y se afana en descubrir pruebas que describan la falsedad de las denuncias, incluso duda de sí mismo y de su formación teológica para justificar, por ejemplo, un embarazo de soltera, del cual se acusa al demonio (¡oh!).
Comencé el paseo literario con buenas perspectivas que se confirmaban con pequeños detalles, como el título de cada capítulo (descripciones de fórmulas mágicas, recordando a Como agua para chocolate con sus recetas mexicanas) y unos iconos que acompañan principio y final de los capítulos (el dibujo de una bruja preparando sus mejunjes y una cruz que parece tomada de la tapa de un escapulario).
La novela se desarrolla en dos planos que confluyen al final: las peripecias del inquisidor, convirtiéndose también en policía que investiga una muerte extraña relacionada con su trabajo, y las de Mayo de Labastide (quizá la joven de la portada), que deambula con su burro (ella está convencida de que es un hombre embrujado) en la búsqueda de su aya, Ederra, un personaje que nunca aparecerá en el plano real de la novela, aunque la autora le da una vida primorosa.
En los primeros capítulos, sufrí algunos resbalones porque el lenguaje se escapaba por derroteros periodísticos más que novelísticos, y podría tratarse igual de una novela ambientada hoy que en el imperio maya… pero recuperé el paso sin llegar a caer, y me iban subyugando muchos elementos de la obra.
Nerea Riesco navega con pericia sobre las aguas turbulentas de la novela histórica. Se palpa una excelente documentación, pero los textos apenas contienen referencias que pudieran hacerla indigesta. Mezcla sus personajes inventados con históricos de relevancia, como Felipe III, el duque de Lerma, la reina Margarita, Rodrigo de Calderón, secretario del duque, de una forma acertada y verosímil.
Por el género en que se encuadra, deberían primar los hechos antes que los personajes, el ambiente histórico antes que las profundidades psicológicas… en cambio, el mayor valor de esta novela es la perfilación de sus protagonistas, a veces con delicadas pinceladas, siempre con ternura, jugando con magia, ficción, historia, calor… apartándose de una visión omnipotente, dándoles la mano para acompañarlos y desde esa posición, dar fe de los sucesos que les ocurren, sin juzgar, incluso confabulándose con sus creencias ingenuas. Me quedo con Ederra, pero Mayo es una delicia, Íñigo cautiva con su candidez y Alonso, con sus dudas metafísicas y su amor platónico.
La Inquisición es una época oscura de nuestra historia… pero “Ars Mágica” no pretende darle luz, ni mucho menos, sino convertirla en una excusa para imbuir a sus personajes… Hay amor, hay tutelas, hay corrupción, hay vicisitudes universales de hombres y mujeres que con acierto la autora ha insertado en un ambiente que le sirve como contrapunto de terrorismo de estado, de fuego y tortura, para que los personajes aún parezcan más humanos.
Es una novela interesante, que se lee con fluidez, que no agobia con el ritmo, sino que marca pautas de lectura cadenciosa, a veces necesariamente atenta para disfrutar, sobre todo, de la ternura.
Así me introduje en el auto de fe del 7 de noviembre de 1610, en la Plaza de Santiago, en Logroño, hecho histórico, narrado a modo de prólogo y que da pie a la historia protagonizada por Alonso de Salazar y Frías, un inquisidor de grado medio que quiere aumentar su fama de justo y ecuánime valorando la certeza de unas acusaciones de brujería con la compañía de dos jóvenes frailes: Íñigo de Maestu y Domingo de Sardo. Alonso duda de la existencia del diablo y se afana en descubrir pruebas que describan la falsedad de las denuncias, incluso duda de sí mismo y de su formación teológica para justificar, por ejemplo, un embarazo de soltera, del cual se acusa al demonio (¡oh!).
Comencé el paseo literario con buenas perspectivas que se confirmaban con pequeños detalles, como el título de cada capítulo (descripciones de fórmulas mágicas, recordando a Como agua para chocolate con sus recetas mexicanas) y unos iconos que acompañan principio y final de los capítulos (el dibujo de una bruja preparando sus mejunjes y una cruz que parece tomada de la tapa de un escapulario).
La novela se desarrolla en dos planos que confluyen al final: las peripecias del inquisidor, convirtiéndose también en policía que investiga una muerte extraña relacionada con su trabajo, y las de Mayo de Labastide (quizá la joven de la portada), que deambula con su burro (ella está convencida de que es un hombre embrujado) en la búsqueda de su aya, Ederra, un personaje que nunca aparecerá en el plano real de la novela, aunque la autora le da una vida primorosa.
En los primeros capítulos, sufrí algunos resbalones porque el lenguaje se escapaba por derroteros periodísticos más que novelísticos, y podría tratarse igual de una novela ambientada hoy que en el imperio maya… pero recuperé el paso sin llegar a caer, y me iban subyugando muchos elementos de la obra.
Nerea Riesco navega con pericia sobre las aguas turbulentas de la novela histórica. Se palpa una excelente documentación, pero los textos apenas contienen referencias que pudieran hacerla indigesta. Mezcla sus personajes inventados con históricos de relevancia, como Felipe III, el duque de Lerma, la reina Margarita, Rodrigo de Calderón, secretario del duque, de una forma acertada y verosímil.
Por el género en que se encuadra, deberían primar los hechos antes que los personajes, el ambiente histórico antes que las profundidades psicológicas… en cambio, el mayor valor de esta novela es la perfilación de sus protagonistas, a veces con delicadas pinceladas, siempre con ternura, jugando con magia, ficción, historia, calor… apartándose de una visión omnipotente, dándoles la mano para acompañarlos y desde esa posición, dar fe de los sucesos que les ocurren, sin juzgar, incluso confabulándose con sus creencias ingenuas. Me quedo con Ederra, pero Mayo es una delicia, Íñigo cautiva con su candidez y Alonso, con sus dudas metafísicas y su amor platónico.
La Inquisición es una época oscura de nuestra historia… pero “Ars Mágica” no pretende darle luz, ni mucho menos, sino convertirla en una excusa para imbuir a sus personajes… Hay amor, hay tutelas, hay corrupción, hay vicisitudes universales de hombres y mujeres que con acierto la autora ha insertado en un ambiente que le sirve como contrapunto de terrorismo de estado, de fuego y tortura, para que los personajes aún parezcan más humanos.
Es una novela interesante, que se lee con fluidez, que no agobia con el ritmo, sino que marca pautas de lectura cadenciosa, a veces necesariamente atenta para disfrutar, sobre todo, de la ternura.
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