por Alberto Haj-Saleh
Editorial: Tropo Editores
No es que no me fiase de Matías Candeira y de su capacidad como cuentista; le conozco muy poco y sólo le había leído a pinceladas en su bitácora personal. Y, bueno, pasa como en todas las bitácoras, a veces está más lúcido y otras más espeso. Pero si algo se aprende leyendo las creaciones de otros en la red es que en la mayoría de los casos los cuentos paridos son aburridos, cansinos, intrascendentes o (sobre todo) clónicos de otros. Así que no se trataba de no confiar en Candeira sino de mirar al relato contemporáneo de reojo, lo confieso.
La soledad de los ventrílocuos es un libro magnífico y me he tragado mis prejuicios uno por uno. Editado con mucho mimo por Tropo Editores, son catorce relatos con muchos altos y algún bajo, envueltos en un halo de unidad narrativa y estilística muy complicada de conseguir. Candeira recorre territorios fronterizos entre varios géneros sin apostarse definitivamente en ninguno, y aborda sus narraciones desde una perspectiva realista de la fantasía, o fantástica de la realidad. Los cuentos de este libro — no es una recopilación, es lo más parecido a un disco conceptual que he visto nunca editado en papel — se rigen por una coherencia interna, por un entramado lógico que los interrelaciona de manera impecable, como si no pudiera realizarse de otra manera: cada cuento invita al siguiente, que en cierta medida explica no sólo al anterior sino a toda la obra hasta ese momento.
La soledad de los ventrílocuos es un libro magnífico y me he tragado mis prejuicios uno por uno. Editado con mucho mimo por Tropo Editores, son catorce relatos con muchos altos y algún bajo, envueltos en un halo de unidad narrativa y estilística muy complicada de conseguir. Candeira recorre territorios fronterizos entre varios géneros sin apostarse definitivamente en ninguno, y aborda sus narraciones desde una perspectiva realista de la fantasía, o fantástica de la realidad. Los cuentos de este libro — no es una recopilación, es lo más parecido a un disco conceptual que he visto nunca editado en papel — se rigen por una coherencia interna, por un entramado lógico que los interrelaciona de manera impecable, como si no pudiera realizarse de otra manera: cada cuento invita al siguiente, que en cierta medida explica no sólo al anterior sino a toda la obra hasta ese momento.
Es interesante comprobar cómo la división del libro en tres partes (de cinco, cinco y cuatro relatos respectivamente) no obedece a ninguna arbitrariedad ni es una mera separación técnica: cada una de esas partes se sostiene por un hilo común interior y a la vez funcionan como presentación, nudo y desenlace en una especie de “relato general oculto” que subyace a todo el libro.
En la primera parte el autor explorar los márgenes de la realidad común, se sitúa siempre en el contrapunto de la cotidianidad volviendo del revés los esquemas conocidos, casi como si Sam Shepard se decidiera a escribir los cuentos de Fredric Brown. Candeira se esfuerza en dar verosimilitud al absurdo y esboza un mundo donde los electrodomésticos tienen alma (Cuando se muere la nevera) o la guerra se basa en un brutal bombardeo floral (Flores, señor…). Al final de Sara, cuento que cierra este primer segmento, sirve de puente perfecto a una segunda parte en la que es el propio ser humano el que se encuentra en las afueras del mundo conocido.
Es en esta parte donde se acentúan las virtudes de Candeira como cuentista (que si bien es algo dubitativo cuando ofrece estampas cortas e impresionistas, a la hora de desarrollar el relato se convierte en un narrador brillantísimo), sobre todo por la lucidez que muestra al centrarse en la cosificación de diversas partes del cuerpo humano como centros neurálgicos de los relatos; esto no se ve sólo en el evidente protagonismo de la mano femenina de Un trozo de otra mujer; ocurre lo mismo con los pliegues de la barriga del tío Falco en Fuegos en la oscuridad, la boca llena de avispas de la profesora de Insectos o las cabezas reducidas por los jíbaros de Los que esperan.
De nuevo es el cuento final, La segunda vida, el enlace que une todas las partes separadas del ser humano para llegar al cuerpo entero, el cuerpo que es una cárcel claustrofóbica que dominará la tercera parte del libro. La segunda vida, el mejor relato de todos, es un viaje fantástico hacia las entrañas de los olvidados urbanos, representados por los habitantes del edificio que estaría abandonado si no fuera por que todos sus apartamentos están ocupados por sombras y fantasmas en vida, presididos por Helena Ribas, ¡qué personaje!, última conexión de esos difuntos con el resto del mundo.
En la tercera y última parte, Matías Candeira reduce los espacios al mínimo, acerca las paredes a los lados de los protagonistas a los que deja atrapados en su propio cuerpo (como sucede con el protagonista de Subsuelos, uno de los cuentos de ciencia ficción más brutales que me he encontrado), en un almacén de armas (Todas las posibilidades) o en un barreño de agua. El hombre del barreño, relato final de este libro, es un resumen perfecto de todas sus características. Ciento setenta y dos páginas después, el universo de Candeira ha tomado su forma definitiva, aquella en la que la distorsión de la realidad deja de pertenecer al mundo de lo fantástico para componer, sencillamente, las nuevas características de un universo en el que las reglas han variado ligeramente, lo justo para que lo cotidiano nos parezca la mayor parte de las veces absurdo y deforme.
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