por José Ignacio de Torres -Solanot
Uno es un escritor agradecido e insatisfecho, tenido en Zaragoza como el hombre que sabe más de Francisco Umbral, Leyenda del Periodismo Español, de quien ha leído más de ochenta libros y miles de artículos.
Todo comenzó en el año 1973, cuando llegué a casa después de clase en el Instituto, y mi madre me dijo: “Niño, déjame en paz, y ponte a leer el artículo de Francisco Umbral”. Le hice caso enseguida y desde entonces me convertí en un adicto a Umbral, en un “umbraloide” (neologismo que inventé muchos años más tarde) quien me informaba más en su columna cotidiana, que leyendo el periódico completo.
Cuando llevaba dos días leyéndolo; una tutora me preguntó: “¿Qué quieres ser de mayor?”; “Periodista” -le contesté-; “¿Cómo quién?”; “Como Francisco Umbral”; “Ah, pero Francisco Umbral es muy inteligente” -me respondió ella (lo cual me extrañó, y comprendí mucho tiempo más tarde que en este país “las personas maduras eran más duras”). Su frase: “Ah, pero Francisco Umbral es muy inteligente” era un aviso, y no un insulto; y yo que poseía un buen carácter: amable; fuerte, y tranquilo, ya intuía que además de la inteligencia se podía triunfar por el carácter (como luego me confirmaría un profesional de la psiquiatría). Mi carácter era sanguíneo, mi personalidad era concentrada: extravertida y solitaria; y mi figura y rostro poseían la corpulencia de un Clark Gable; junto a la musculatura de un Marlon Brando (actores a los que yo admiraba, pues entonces veía mucho cine). Pasaba por mi físico ser parecido a un “un chicarrón del Norte” pero me sentía diferente, un incomprendido, y como “un patito feo”. Y me autogeneré una neurosis de carácter histeriforme, un complejo de Edipo influido por el carácter materno (sentimental y religioso) que acabo de superar. En el año 1980 ya era yo el muchacho más famoso del sector.
“Si no puedes vencer al enemigo, únete a él” (yo pensaba en positivo mientras admiraba y adoraba como a un Patrón Literario a Umbral) y en mi mente prefería tener un buen y gran Modelo –del que podía aprender- a poseer Bajas Miras; porque a mis trece años acababa de dejar a Corin Tellado (de la que leí dos novelas al día durante dos años, y que de la noche a la mañana me dejó de interesar) y me extrañaba que mis compañeros de curso leyeran tbos (lecturas que yo había abandonado varios años antes) mientras que yo le leía a él –lectura de calidad y culto-; autor con quien me alié y lo comunicaba a aquéllos).
Porque uno estaba en la Edad del Pavo, tenía fama de “gracioso” en el entorno familiar y amistoso, y se comportaba como “un correveidile” pregonando los chismes de su familia en el Colegio a sus compañeros. Como yo me comportaba como el que no era; pasaba por el que no era.
Umbral era un intelectual, un hombre de aspecto lírico, solitario, y tímido que retrataba muy bien la España oficial y real; y yo soñaba con verle fotografiado para conocerle mejor (lo cual sucedió un año y medio más tarde en Televisión Española). Confieso que su físico me decepcionó, pero su mirada intensa me reconfortó. Franco (quien designó una Monarquía Institucional como sucesora del Régimen) gobernó una España en la que el pecado capital de todos los españoles era que queríamos salirnos de nuestro sitio; impuso la censura y castró las libertades legítimas de –casi- todos los españoles. Y digo “casi todos” porque no castró a Umbral: el personaje díscolo, rebelde y peligroso que le hacía diariamente la guerra en sus crónicas memorables (ahora recuerdo dos títulos buenos: “Los Leñadores, y “Nos leen las cartas”). Yo admiraba a este último porque poseía un estilo original, propio, y vanguardista, pues nos proporcionaba diariamente la última noticia, la “calentita”, pero además bien contada. Y además poseía el genio español, el ingenio, la ironía, y la sátira.
Umbral fue un buen español, un hombre libre (que trajo muchas libertades a este país, por lo que estuvo amenazado de muerte por la Triple A) y perfeccionista en su trabajo (ya que vivía superándose), aunque políticamente era incorrecto. Le dolía la España contemporánea (a la que le tomaba el pulso cada día) y seguro que por eso la criticaba. Y además porque nunca se exilió.
En sus últimos años, en su columna del diario El Mundo, Umbral (quien fue un personaje auténtico, –y de ahí su éxito y su mérito- digno de una obra de ficción o película) escribía sobre lo que acontecía en el mundo, y llevaba la Vida a la Literatura en sus numerosos artículos y libros; y nos concedía la noticia como una medicina e incluía además el prospecto junto con sus indicaciones;
Hace dos años murió como él deseara y quería; con la gramática.
Mucho me ha influido y ha hecho pasar buenos ratos este hombre; y es justo que le haga mi pequeña aportación en forma de pequeño homenaje, ya que no lo hice entonces, por motivos de salud. Fue un animal renacentista de la cultura postmoderna (como el último que Dios creó el Del Fín). Si a una mujer guapa se le perdonan sus defectos a un hombre poderoso también le perdonamos los suyos.
Uno es un escritor agradecido e insatisfecho, tenido en Zaragoza como el hombre que sabe más de Francisco Umbral, Leyenda del Periodismo Español, de quien ha leído más de ochenta libros y miles de artículos.
Todo comenzó en el año 1973, cuando llegué a casa después de clase en el Instituto, y mi madre me dijo: “Niño, déjame en paz, y ponte a leer el artículo de Francisco Umbral”. Le hice caso enseguida y desde entonces me convertí en un adicto a Umbral, en un “umbraloide” (neologismo que inventé muchos años más tarde) quien me informaba más en su columna cotidiana, que leyendo el periódico completo.
Cuando llevaba dos días leyéndolo; una tutora me preguntó: “¿Qué quieres ser de mayor?”; “Periodista” -le contesté-; “¿Cómo quién?”; “Como Francisco Umbral”; “Ah, pero Francisco Umbral es muy inteligente” -me respondió ella (lo cual me extrañó, y comprendí mucho tiempo más tarde que en este país “las personas maduras eran más duras”). Su frase: “Ah, pero Francisco Umbral es muy inteligente” era un aviso, y no un insulto; y yo que poseía un buen carácter: amable; fuerte, y tranquilo, ya intuía que además de la inteligencia se podía triunfar por el carácter (como luego me confirmaría un profesional de la psiquiatría). Mi carácter era sanguíneo, mi personalidad era concentrada: extravertida y solitaria; y mi figura y rostro poseían la corpulencia de un Clark Gable; junto a la musculatura de un Marlon Brando (actores a los que yo admiraba, pues entonces veía mucho cine). Pasaba por mi físico ser parecido a un “un chicarrón del Norte” pero me sentía diferente, un incomprendido, y como “un patito feo”. Y me autogeneré una neurosis de carácter histeriforme, un complejo de Edipo influido por el carácter materno (sentimental y religioso) que acabo de superar. En el año 1980 ya era yo el muchacho más famoso del sector.
“Si no puedes vencer al enemigo, únete a él” (yo pensaba en positivo mientras admiraba y adoraba como a un Patrón Literario a Umbral) y en mi mente prefería tener un buen y gran Modelo –del que podía aprender- a poseer Bajas Miras; porque a mis trece años acababa de dejar a Corin Tellado (de la que leí dos novelas al día durante dos años, y que de la noche a la mañana me dejó de interesar) y me extrañaba que mis compañeros de curso leyeran tbos (lecturas que yo había abandonado varios años antes) mientras que yo le leía a él –lectura de calidad y culto-; autor con quien me alié y lo comunicaba a aquéllos).
Porque uno estaba en la Edad del Pavo, tenía fama de “gracioso” en el entorno familiar y amistoso, y se comportaba como “un correveidile” pregonando los chismes de su familia en el Colegio a sus compañeros. Como yo me comportaba como el que no era; pasaba por el que no era.
Umbral era un intelectual, un hombre de aspecto lírico, solitario, y tímido que retrataba muy bien la España oficial y real; y yo soñaba con verle fotografiado para conocerle mejor (lo cual sucedió un año y medio más tarde en Televisión Española). Confieso que su físico me decepcionó, pero su mirada intensa me reconfortó. Franco (quien designó una Monarquía Institucional como sucesora del Régimen) gobernó una España en la que el pecado capital de todos los españoles era que queríamos salirnos de nuestro sitio; impuso la censura y castró las libertades legítimas de –casi- todos los españoles. Y digo “casi todos” porque no castró a Umbral: el personaje díscolo, rebelde y peligroso que le hacía diariamente la guerra en sus crónicas memorables (ahora recuerdo dos títulos buenos: “Los Leñadores, y “Nos leen las cartas”). Yo admiraba a este último porque poseía un estilo original, propio, y vanguardista, pues nos proporcionaba diariamente la última noticia, la “calentita”, pero además bien contada. Y además poseía el genio español, el ingenio, la ironía, y la sátira.
Umbral fue un buen español, un hombre libre (que trajo muchas libertades a este país, por lo que estuvo amenazado de muerte por la Triple A) y perfeccionista en su trabajo (ya que vivía superándose), aunque políticamente era incorrecto. Le dolía la España contemporánea (a la que le tomaba el pulso cada día) y seguro que por eso la criticaba. Y además porque nunca se exilió.
En sus últimos años, en su columna del diario El Mundo, Umbral (quien fue un personaje auténtico, –y de ahí su éxito y su mérito- digno de una obra de ficción o película) escribía sobre lo que acontecía en el mundo, y llevaba la Vida a la Literatura en sus numerosos artículos y libros; y nos concedía la noticia como una medicina e incluía además el prospecto junto con sus indicaciones;
Hace dos años murió como él deseara y quería; con la gramática.
Mucho me ha influido y ha hecho pasar buenos ratos este hombre; y es justo que le haga mi pequeña aportación en forma de pequeño homenaje, ya que no lo hice entonces, por motivos de salud. Fue un animal renacentista de la cultura postmoderna (como el último que Dios creó el Del Fín). Si a una mujer guapa se le perdonan sus defectos a un hombre poderoso también le perdonamos los suyos.
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