Cuando yo era niña (o sea, hace mucho tiempo), tenía un libro, con dibujos en colores, que se titulaba La música de las cosas. El librito estaba dirigido a los niños, pero también servía para mayores; de hecho, había en él cosas que yo de pequeña no entendí: por ejemplo, decía que además de escuchar con los oídos, se podía escuchar con el corazón, y que a veces, si se cerraban los ojos se veía más claro.. Aquello me pareció rarísimo, pero ahora, cuanto más años tengo, esas cosas raras me parecen tan normales ...
La tesis o teoría del libro consistía en resaltar el valor de las cosas pequeñas, e inculcar a los lectores las dotes de observación y las primerísimas lecciones de musicalidad.
Decía que todas las cosas que nos rodean, los ruidos cotidianos, tenían su propia música, y que si no la percibíamos era por falta de atención. Así que yo empecé a observar y a escuchar. Recuerdo, como si lo estuviera oyendo ahora mismo, el ruido del llavín de mi padre en la puerta cuando venía a casa; el entrechocar de platos y cubiertos al poner la mesa para comer; el tris- trás de la máquina de coser, y el tintineo del rosario de mi madre con muchas medallas… y aquellos sonidos que salían de la cocina tan “sabrosos”, el molinillo del café (entonces no había tanto electrodoméstico) y el crepitar del aceite en la sartén que, aun sin verlo, sabía si estaban friendo un huevo, o carne o patatas.
Y el agua, ¡ay el agua! ¡Cuántos sonidos tiene! Desde el chorro de agua fresca en el vaso, que cuanta más sed se tiene mejor suena, pasando por la lluvia contra los cristales, el surtidor del jardín, el riachuelo en el campo… hasta llegar al mar, que ahí sí estalla una sinfonía completa, grandiosa. ¿A que estáis oyendo todas estas cosas?
La música, sea instrumental o no, es la mejor amiga del hombre, la más fiel, porque le acompaña toda su vida: desde que nace, con la primera nana, hasta que muere y aún después de la muerte en sus horas fúnebres. Los mejores compositores han escrito obras hermosas para esos momentos (en la mente de todos está el magnífico “Réquiem” de Mozart).
Según los músicoterapeutas, la música puede curar o aliviar numerosas enfermedades. La música es altamente beneficiosa para el ser humano, pues relaja el cuerpo y eleva el espíritu. Debemos amarla, y para ello buscarla y tratar de conocerla, porque no se puede amar lo que no se conoce.
A nuestra edad se habla mucho de soledad. Pues bien, yo os aseguro que si os aficionáis a oír música en casa, buena música, y a disfrutar de ella, nunca estaréis solos.
A nuestra edad se habla mucho de soledad. Pues bien, yo os aseguro que si os aficionáis a oír música en casa, buena música, y a disfrutar de ella, nunca estaréis solos.
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