por Eva Palma
De todas esas canciones, tan ridículas como entrañables, que se cantan a los niños de pequeñitos, recuerdo una, conocida por todos, de esas que se van pasando de generación en generación y se refiere a una loba que parió cinco lobitos…
“Cinco lobitos tenía la loba,
Todos cabían detrás de una escoba”.
¿Por qué se me ha grabado esa más que otras en la memoria?. Quizá, seguro, porque también mis “cachorros”, mis hijos, son cinco como los de la loba.
Uno tras otro los cinco siguieron la tradición: una vez que decían “ajo” correctamente, venía la enseñanza del movimiento giratorio de su manita derecha al compás de la canciocilla, ante el arrobo de sus padres y abuelos… No sé por qué la más pequeña de todos, la quinta, daba una rotación distinta a su mano, como si espantase moscas. Luego era el pugilato por ver si decían antes papá o mamá. La mayor de mis hijas, o sea, la segunda, resolvió el problema nombrando indistintamente a sus progenitores “ma-pá”. Diplomática ella… Los tres chicos fueron más disciplinados en ese asunto.
Luego aprendieron a andar y a darse los primeros coscorrones; y aprendieron a hablar y a correr y más coscorrones… sarampión, varicela, etc, etc. Cada uno me dio un susto grande entre todos los sustos pequeños y cotidianos. Crecieron y crecieron… Las primeras salidas nocturnas y yo pendiente del reloj. Los primeros viajes y yo pendiente del teléfono… Siguieron creciendo y formando cada uno su personalidad: distintos entre sí, distintos a mí ¡pero tan míos!
“Cinco lobitos parió la loba,
Blancos y negros al pie de una loma…”.
Crecieron aún más y tanto crecieron que se fueron. Uno a uno. Como los traje al mundo, uno a uno. Ahora estoy sola.
La gente dice: es ley de vida. Me consta que hay una legión de madres lloriqueando por los rincones… ¿Será también ley de vida?. Unas a otras nos consolamos diciendo:
- Los hijos se van, peo no se van del todo.
- Se van, efectivamente, pero vuelven.
- Y vuelven duplicados y multiplicados.
Es verdad. Ahora están aquí todos al completo. Es Navidad. Mis hijas y mis nueras mantienen por lo menos tres conversaciones cruzadas, no entiendo nada de lo que dicen (ni de lo que dicen ellos tampoco) pero es igual, me gusta oír sus voces y verlos juntos. Hay una música de fondo de los nietos que están en otra habitación. ¡Qué jaleo pero qué gozo! La casa se queda pequeña, sobran muebles y faltan sillas…
Decididamente, mis cinco lobitos ya no caben detrás de una escoba…. Pero en mi corazón siempre habrá sitio para todos ellos ¡faltaría más!.
De todas esas canciones, tan ridículas como entrañables, que se cantan a los niños de pequeñitos, recuerdo una, conocida por todos, de esas que se van pasando de generación en generación y se refiere a una loba que parió cinco lobitos…
“Cinco lobitos tenía la loba,
Todos cabían detrás de una escoba”.
¿Por qué se me ha grabado esa más que otras en la memoria?. Quizá, seguro, porque también mis “cachorros”, mis hijos, son cinco como los de la loba.
Uno tras otro los cinco siguieron la tradición: una vez que decían “ajo” correctamente, venía la enseñanza del movimiento giratorio de su manita derecha al compás de la canciocilla, ante el arrobo de sus padres y abuelos… No sé por qué la más pequeña de todos, la quinta, daba una rotación distinta a su mano, como si espantase moscas. Luego era el pugilato por ver si decían antes papá o mamá. La mayor de mis hijas, o sea, la segunda, resolvió el problema nombrando indistintamente a sus progenitores “ma-pá”. Diplomática ella… Los tres chicos fueron más disciplinados en ese asunto.
Luego aprendieron a andar y a darse los primeros coscorrones; y aprendieron a hablar y a correr y más coscorrones… sarampión, varicela, etc, etc. Cada uno me dio un susto grande entre todos los sustos pequeños y cotidianos. Crecieron y crecieron… Las primeras salidas nocturnas y yo pendiente del reloj. Los primeros viajes y yo pendiente del teléfono… Siguieron creciendo y formando cada uno su personalidad: distintos entre sí, distintos a mí ¡pero tan míos!
“Cinco lobitos parió la loba,
Blancos y negros al pie de una loma…”.
Crecieron aún más y tanto crecieron que se fueron. Uno a uno. Como los traje al mundo, uno a uno. Ahora estoy sola.
La gente dice: es ley de vida. Me consta que hay una legión de madres lloriqueando por los rincones… ¿Será también ley de vida?. Unas a otras nos consolamos diciendo:
- Los hijos se van, peo no se van del todo.
- Se van, efectivamente, pero vuelven.
- Y vuelven duplicados y multiplicados.
Es verdad. Ahora están aquí todos al completo. Es Navidad. Mis hijas y mis nueras mantienen por lo menos tres conversaciones cruzadas, no entiendo nada de lo que dicen (ni de lo que dicen ellos tampoco) pero es igual, me gusta oír sus voces y verlos juntos. Hay una música de fondo de los nietos que están en otra habitación. ¡Qué jaleo pero qué gozo! La casa se queda pequeña, sobran muebles y faltan sillas…
Decididamente, mis cinco lobitos ya no caben detrás de una escoba…. Pero en mi corazón siempre habrá sitio para todos ellos ¡faltaría más!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario